Cuando la muerte nos toca…

Ayer domingo, acompañaba a la esposa a cumplir con unos familiares a la funeraria. Por casualidad de la vida, fue el mismo lugar en el que se encontraba mi primo, fallecido hace un año y algo. Observando el ambiente. Al ver el sufrimiento de los que han perdido un ser querido, me aflijo, sin quererlo, al verles llorar, instantáneamente se brotan mis ojos de lagrimas y al final queda en mi un sabor amargo a soledad, una incertidumbre agobiante que no me deja pensar más allá del porque estamos obligados a morir, a sufrir despedidas.
 
Por un instante, pensé que el corazón se detenía, pero no, respiro profundo. Me doy vuelta y miro a la esposa. Pienso… aún vivo… continúo afligido, aún sin poder entender el porqué. Me veo obligado a salir del salón donde me encontraba, enciendo un cigarrillo, y mientras ayudo a contaminar el ambiente junto al smog producido por los destartalados carros y guaguas que transitan por la avenida de enfrente, vuelvo a preguntarme porque debemos sufrir sus partidas, porque se nos hace tan fácil entender que vivimos para morir algún día, que la inmortalidad solo existe para el alma.

Pensé en ti, en cuanto me dolería perderte. Si en ti, hermano, hermana, padre, madre, abuela y amigos(as). De tan solo pensarlo me dolía, allí empezaba entre el sufrimiento de los que a mí en ese momento me rodeaban, aunque al final, aún cuando siempre he tratado de ser diferentes a todos los mortales, aquella realidad me mostraba en para el caso es imposible serlo, pues al pensar que podía perderles no hice más que negarme a ello, su partida, temiéndole enormemente a aquellos oscuros y tenebrosos sentimientos.

Espero no me mal interpreten, no es miedo a sufrir el que tengo… sino a perderles…

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